Esta afamada psiquiatra y escritora suizo-estadounidense,
una de las mayores expertas mundiales en la muerte, personas moribundas y los
cuidados paliativos, recabó centenares de testimonios de experiencias
extracorporales, lo que la llevó a concluir que “la muerte no era un fin, sino
un resplandeciente comienzo”.
La doctora Elisabeth
Kübler-Ross, ha conseguido convertirse en el siglo XX en una de las mayores expertas
mundiales en el fúnebre tema de la muerte, al establecer novedosos cuidados paliativos
con personas enfermas, en procesos de muerte (en su libro “On death and dying”,
de 1969, describe las diferentes etapas
a las cuales se enfrenta el enfermo según se acerca su muerte: la negación,
ira, negociación, depresión y finalmente, la aceptación). Pero además, esta
médico, psiquiatra y escritora, también
se convirtió en una precursora en el campo de la investigación de las
experiencias cercanas a la muerte, lo que le permitió concluir algo que asustó
a muchos de sus colegas: sí existe vida después de la muerte.
La disciplinada formación académica y científica de esta
doctora, graduada en Psiquiatría en Los Estados Unidos y quien recibiera 23
doctorados honoríficos, se vería fuertemente probada durante sus prácticas
profesionales. Los enfermos desahuciados a los que ayudaba a enfrentar el
proceso de muerte de una manera menos dolorosa, le relataban una sería de
extraordinarias experiencias paranormales, lo que la llevó a investigar si
existía la vida después de la muerte. Así que se dedicó a estudiar miles de
casos alrededor del mundo de personas de diferente raza, creencia religiosa y
edad, que habían sido declaradas clínicamente muertas, y que lograron
sobrevivir.
La Doctora Küble Ross, narra una de las experiencias más
sorprendentes que le fueron narradas por uno de sus pacientes.
“El primer caso que me asombró fue el de una paciente de apellido Schwartz, que estuvo clínicamente muerta mientras se encontraba internada en un hospital. Ella se vio deslizarse lenta y tranquilamente fuera de su cuerpo físico y pronto flotó a una cierta distancia por encima de su cama. Nos contaba, con humor, cómo desde allí miraba su cuerpo extendido, que le parecía pálido y feo. Se encontraba extrañada y sorprendida, pero no asustada ni espantada. Nos contó cómo vio llegar al equipo de reanimación y nos explicó con detalle quién llegó primero y quién último. No sólo escuchó claramente cada palabra de la conversación, sino que pudo leer igualmente los pensamientos de cada uno. Tenía ganas de interpelarlos para decirles que no se dieran prisa puesto que se encontraba bien, pero pronto comprendió que los demás no la oían. La señora Schwartz decidió entonces detener sus esfuerzos y perdió su conciencia. Fue declarada muerta cuarenta y cinco minutos después de empezar la reanimación, y dio signos de vida después, viviendo todavía un año y medio más. Su relato no fue el único. Mucha gente abandona su cuerpo en el transcurso de una reanimación o una intervención quirúrgica y observa, efectivamente, dicha intervención”.
La doctora Kübler-Ross añade o siguiente: “otro caso bastante dramático fue el de un
hombre que perdió a sus suegros, a su mujer y a sus ocho hijos, que murieron
carbonizados luego que la furgoneta en la que viajaban chocara con un camión
cargado con carburante. Cuando el hombre se enteró del accidente permaneció
semanas en estado de shock, no se volvió a presentar al trabajo, no era capaz
de hablar con nadie, intentó buscar refugio en el alcohol y las drogas, y
terminó tirado en la cuneta, en el sentido literal de la palabra. Su último
recuerdo que tenía de esa vida que llevó durante dos años fue que estaba
acostado, borracho y drogado, sobre un camino bastante sucio que bordeaba un
bosque. Sólo tenía un pensamiento: no vivir más y reunirse de nuevo con su
familia. Entonces, cuando se encontraba tirado en ese camino, fue atropellado
por un vehículo que no alcanzó a verlo. En ese preciso momento se encontró él
mismo a algunos metros por encima del lugar del accidente, mirando su cuerpo
gravemente herido que yacía en la carretera. Entonces apareció su familia ante
él, radiante de luminosidad y de amor. Una feliz sonrisa sobre cada rostro. Se
comunicaron con él sin hablar, sólo por transmisión del pensamiento, y le
hicieron saber la alegría y la felicidad que el reencuentro les proporcionaba.
El hombre no fue capaz de darnos a conocer el tiempo que duró esa comunicación,
pero nos dijo que quedó tan violentamente turbado frente a la salud, la belleza,
el resplandor que ofrecían sus seres queridos, lo mismo que la aceptación de su
actual vida y su amor incondicional, que juró no tocarlos ni seguirlos, sino
volver a su cuerpo terrestre para comunicar al mundo lo que acababa de vivir, y
de ese modo reparar sus vanas tentativas de suicidio. Enseguida se volvió a
encontrar en el lugar del accidente y observó a distancia cómo el chofer
estiraba su cuerpo en el interior del vehículo. Llegó la ambulancia y vio cómo
lo transportaban a la sala de urgencias de un hospital. Cuando despertó y se
recuperó, se juró a sí mismo no morirse mientras no hubiese tenido ocasión de
compartir la experiencia de una vida después de la muerte con la mayor cantidad
de gente posible”.
La doctora Kübler-Ross añadió “ investigamos casos de
pacientes que estuvieron clínicamente muertos durante algunos minutos y
pudieron explicarnos con precisión cómo los sacaron el cuerpo del coche
accidentado con dos o tres sopletes. O de personas que incluso nos detallaron
el número de la matrícula del coche que los atropelló y continuó su ruta sin
detenerse. Una de mis enfermas que sufría esclerosis y que sólo podía
desplazarse utilizando una silla de ruedas, lo primero que me dijo al volver de
una experiencia en el umbral de la muerte fue: «Doctora Ross, ¡Yo podía bailar
de nuevo!», o niñas que a consecuencia de una quimioterapia perdieron el pelo y
me dijeron después de una experiencia semejante: «Tenía de nuevo mis rizos».
Parecían que se volvían perfectos. Muchos de mis escépticos colegas me decían:
«Se trata sólo de una proyección del deseo o de una fantasía provocada por la
falta de oxígeno.» Les respondí que algunos pacientes que sufrían de ceguera
total nos contaron con detalle no sólo el aspecto de la habitación en la que se
encontraban en aquel momento, sino que también fueron capaces de decirnos quién
entró primero en la habitación para reanimarlos, además de describirnos con
precisión el aspecto y la ropa de todos los que estaban presentes”.
La muerte no existe
La Doctora, Elisabeth Kübler-Ross, aseguró que la muerte no existe como tal, que no es el fin de todo, es simplemente abandonar un cuerpo físico, así como las mariposas abandonan el capullo, para después continuar viviendo de otra forma. ”Ninguno de mis enfermos que vivió una experiencia del umbral de la muerte tuvo a continuación miedo a morir. Ni uno sólo de ellos, ni siquiera los niños. Tuvimos el caso de una niña de doce años que también estuvo clínicamente muerta. Independientemente del esplendor magnífico y de la luminosidad extraordinaria que fueron sido descritos por la mayoría de los sobrevivientes, lo que este caso tiene de particular es que su hermano estaba a su lado y la había abrazado con amor y ternura. Después de haber contado todo esto a su padre, ella le dijo: «Lo único que no comprendo de todo esto es que en realidad yo no tengo un hermano.» Su padre se puso a llorar y le contó que, en efecto, ella había tenido un hermano del que nadie le había hablado hasta ahora, que había muerto tres meses antes de su nacimiento”.
La doctora añadió: “en varios casos de colisiones frontales, donde algunos de los miembros de la familia morían en el acto y otros eran llevados a diferentes hospitales, me tocó ocuparme particularmente de los niños y sentarme a la cabecera de los que estaban en estado crítico. Yo sabía con certeza que estos moribundos no conocían ni cuántos ni quiénes de la familia ya habían muerto a consecuencia del accidente. En ese momento yo les preguntaba si estaban dispuestos y si eran capaces de compartir conmigo sus experiencias. Uno de esos niños moribundos me dijo una vez: «Todo va bien. Mi madre y Pedro me están esperando ya.» Yo ya sabía que su madre había muerto en el lugar del accidente, pero ignoraba que Pedro, su hermano, acababa de fallecer 10 minutos antes”.
La doctora Kübler-Ross explicó que una vez abandonado el
cuerpo físico y después de haberse reencontrado con sus seres queridos,
aquellos a quienes se amó y habían partido antes, se pasa por un proceso de
transición absolutamente marcado por
factores culturales terrenales, donde ven una luz al final del túnel y
experimentan una paz indescriptible, es cuando conocen la más exquisita sensación
de tranquilidad y de amor incondicional, no hay palabras para poder
describirlo. Cuando alguien se enfrenta
al umbral de la muerte y ve fugazmente esa luz al final del túnel, experimentan
algo tan sublime, que ya no quieren regresar.
Luego de que en 1995 sufriera una serie de apoplejías que
paralizaron el lado derecho de su cara, la Dra. Kübler-Ross, falleció en
Scottdale, Arizona, el 24 de agosto del 2004. Se enfrentó a su propia muerte
con la valentía que había afrontado la de los demás, y con el coraje que
aprendió de sus pacientes más pequeños. Sólo pidió que la despidieran con
alegría, lanzando globos al cielo para anunciar su llegada.
En su lecho de muerte, sus amigos y seres queridos le
preguntaron si le temía a la muerte, a lo que ella replicó: «No, de ningún modo
me atemoriza; diría que me produce alegría de antemano. No tenemos nada que
temer de la muerte, pues la muerte no es el fin sino más bien un radiante
comienzo. Nuestra vida en el cuerpo terrenal sólo representa una parte muy
pequeña de nuestra existencia. Nuestra muerte no es el fin o la aniquilación
total, sino que todavía nos esperan alegrías maravillosas”.
Sigma Investigación Paranormal
Fuente: https://www.guioteca.com/fenomenos-paranormales/elizabeth-kubler-ross-la-connotada-cientifica-que-confirmo-que-si-existe-el-mas-alla/